lunes, 20 de diciembre de 2010

Un veinte de diciembre:

El presidente del gobierno español es un incomprendido. El presidente del gobierno español se siente una víctima. El presidente del gobierno español está triste. Con gesto serio, ademán resuelto y voz firme, ha afirmado que hará lo que hay que hacer “cueste lo que cueste” y “me cueste lo que me cueste”. Frase memorable digna de una estatua equina en la plaza Mayor, o mejor de un “alea jacta est” en un rubicón crecido, o ¿por qué no? de un “¿tú también, Brutus?” en las escaleras del Senado. Incomprendido, pero inmarcesible; víctima, por héroe; no un triste estadista, sino un estadista triste; el presidente del gobierno español sufrirá los golpes y dardos de la insultante Fortuna, pero tomará las armas contra este piélago de calamidades y, haciéndoles frente, acabará con ellas…
Claro que el presidente del gobierno no nos dice que su “me cueste lo que me cueste” ya está amortizado. Él – como todos – sabe que si se presenta perderá sin remedio las próximas elecciones generales, pues el cuerpo electoral, materialista y villano, sanchopanzesco al cabo, nada conoce de la grandeza del alma de los caballeros andantes del Estado, de los molinos de la Deuda y de la triste figura del Déficit. Tampoco nos menciona que ese “cueste lo que cueste” lo habrán de pagar los trabajadores y los pensionistas. Pequeño detalle que, después de todo, no conviene exagerar: tanto los unos como los otros están bien acostumbrados a apretarse el cinturón desde que se descubrió el doblar la cintura, el quebrar el espinazo y los trabajos, los parados y los días. Ni, por último, nos aclara que ese “se hará” se refiere a lo “que hay que hacer” según gusto, criterio y mandato de los mercados, nombre familiar, diminutivo o mote cariñoso de determinados individuos, bancos y multinacionales, también conocidos por sus apellidos, siglas, anagramas y abultados beneficios. Nos hablará, eso sí, de los cambios en el mercado laboral, del recorte del gasto público, de la moderación salarial, de la reforma del sistema de pensiones… todas ellas medidas inaplazables y sacrificios necesarios para la transformación de la obsoleta estructura productiva española en una economía más abierta, más competitiva, más sostenible para ellos y más sostenida por nosotros. ¿Acaso no son los bancos los que nos prestan dinero?, ¿acaso no son las empresas las que generan trabajo?, ¿acaso no son ellos los verdaderos creadores de riqueza? Entonces, si esto es así ¿qué mejor forma de ayudarnos que ayudarlos? ¿Y qué mejor forma de ayudarlos que aumentando sus beneficios a costa de salarios, pensiones y gastos sociales? ¿No es ley matemática irrebatible que 2 y 2 son 4 para nosotros, y 22 para ellos? Pues eso: el agua clara y el chocolate expresso.
Es posible que el presidente piense, quiera o le convenga pensar que dadas las circunstancias no se puede hacer más, que sin él las cosas serían peor, que, en definitiva, se encuentra secuestrado, maniatado y sometido al cegador foco en los ojos de los poderes económicos internacionales. Bien, si esto es así que lo diga: hay gente dispuesta, no ya a regalarle unas gafas de sol, sino a tratar de romper las ligaduras. Pero nunca dirá una cosa así. Prefiere el “cueste lo que cueste y me cueste lo que me cueste” y otros sonetos que le manda hacer Violante. Porque el presidente del gobierno español no gobierna para las clases trabajadoras que le dieron su voto y que prometió que nunca defraudaría. No, nuestro triste presidente triste gobierna para los mercados, por mucho que nos quiera hacer creer que gobierna para la Historia y por muchos suspiros que se escapen de su boca de fresa… ¿O era de serpiente?


Ramón Qu